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miércoles, 3 de febrero de 2010

A lo hecho, pecho.

Virginia aparcó frente a su casa. Daniella miró el edificio del barrio que le había visto crecer. Después bajó la mirada y suspiró.
-Bonita experiencia ¿eh?- le dijo Virginia mientras apagaba el motor del coche.
-Fantástica- le dijo Daniella con tono decaído.
-Cualquiera lo diría con ese tono- le reprochó Virginia que se puso las gafas de sol de diadema, descubriendo sus ojos a la soleada mañana que hacía.
-Tengo que subir, o llegaré tarde a comer- le dijo.
-Ya veo, pues mueve el culo- le sacó la lengua y se puso de nuevo las gafas encendiendo el motor.
-¿A qué hora nos vemos?- le preguntó tras bajarse del coche.
-Te vendrá a recoger el chófer a eso de las nueve, ¿Te parece bien?Tenemos reserva a las nueve y media- le sugirió.
-Perfecto, estaré lista para entonces- sonrió falsamente y se dirigió a su portal.
Llamó al telefonillo y esperó a que le abrieran. Subió en el minúsculo ascensor y contempló su reflejo en el espejo manchado de motas de polvo. Volvió a suspirar y se sintió profundamente deprimida. Se sentía con ganas de no volver a casa, no podía mirarlos a la cara, no tenía ánimos para nada, sólo volver a saltar de aquel puente.
De alguna manera cada minuto que pasaba era como una caída hacia el vacío: la misma sensación de poder estrellarse en cualquier momento.
-Cariño- le achuchó su madre que la esperaba en la puerta.
-Hola, mamá- le dijo con un tono apagado, inhabitual en ella.
-¿Estás bien?- asintió, tratando de fingir.
-Sí- y cerró la puerta tras de sí. Se oyeron los pasos corriendo de su hermano Óscar, que estaba peleando con su hermana Alejandra.
-Parar ya, niños- les regañó su madre- Mirad quien está por fín aquí. Saludad a vuestra hermana, vamos- les dijo dándoles con el trapo de cocina a cada uno en el brazo, mientras se iba a la cocina.
-Hola- les dijo Daniella. Alejandra le dio un abrazo a su hermana y Óscar aprovechó para dar un pellizco a Alejandra y salir corriendo.
- Me voy a chivar a mamá- se quejó Alejandra, persiguiéndole en la otra dirección.
En cualquier otro momento aquel caos tan familiar le hubiera resultado reconfortante, hasta el olor de tortilla de patata que salía de la cocina. Pero en ese momento sólo sentía naúseas y ganas de arroparse en un absoluto silencio. Se quedó parada en la entrada sin saber reaccionar, perdiéndose en sus pensamientos.
-Pero ¿Todavía ahí?- le preguntó la madre que salía con los cubiertos en dirección al salón para terminar de poner la mesa- Que la comida ya está, hija. Anda y ve a lavarte las manos y quítate esas zapatillas que las traes llenas de polvo ¿Pero dónde has estado?- Daniella se descalzó ahí mismo, cogió las zapatillas y sin responder se fue a su habitación. La miró con desidia.
En la sobremesa todos hablaban de lo mismo: el pueblo. Quedaban cuatro días para que al fín su padre tuviera vacaciones y se fueran al pueblo de sus abuelos a pasar todo el verano, como cada uno de sus vidas. Sus padres eran del mismo pueblo de Castilla la Mancha, por lo que tenían que desplazarse en la furgoneta familiar con todo el equipaje y toda la tropa.
-Alejandra, cariño, ¿Ya has preparado tu maleta?- Alejandra asintió emocionada.
-¿Y vosotros, chicos, la habeis preparado o estáis esperando a que mamá la prepare?- intervino el padre de Daniella.
-Joe, papá, que aún hay tiempo- respondió Oscar, el padre frunció el ceño.
-Bueno, es que luego siempre es lo mismo con vosotros...- miró a Daniella que no había dicho una sola palabra en toda la comida- ¿Y tú hija, que no dices esta boca es mía?- Daniella levantó la cabeza y miró a su padre. Parpadeó y tomó aire despistada.
-Yo... yo- y pensó que aquel era el mejor momento- Papá, Mamá... tengo algo que deciros- les dijo.
-Pues dí, niña, dí- le animó su madre mientras apilaba los platos vacíos y sucios.
-... Que no voy a ir con vosotros al pueblo- les dijo al fín, sintiendo que eso le había costado más que confesar su enfermedad.
-¿Que qué?- dijo sobresaltada su madre- ¿ Y se puede saber por qué? Mira que Manolo está esperando a que llegues, que lo tienes al pobre loquito- le dijo con una mirada inquisitiva.
-Bueno...- se incorporó en su silla tratando de arreglarlo- Quiero decir que no podré viajar con vosotros pero no que no vaya a ir. Es que, vereis- trató de explicarse- Virginia, mi amiga...- Alejandra intervino.
-¿La que no conocemos más que de oídas porque es muy rara?- Daniella entornó los ojos y resopló, dejando escapar una breve risa.
-Sí, ella- le dijo a su hermana y después miró a sus padres- Pues tenía concertado un viaje a París con una amiga suya de la facultad...- trataba de sonar convincente- Pero bueno, ya sabéis que los exámenes de recuperación ahora son en Julio y esta chica ha suspendido dos asignaturas... Una faena- improvisaba- El caso es que ya estaba todo pagado y bueno, las chicas aún no han llegado a la ciudad y ha surgido de pronto, y pues me ha pedido que vaya con ella esos días porque su amiga tiene que estudiar y todo ese lío- relajó los hombros y clavó la mirada en el vaso vacío de agua que tenía frente a ella.
-¿Pero hija, con qué dinero?- le dijo su madre en su habitual tono de apuro.
-Mamá, está ya todo pagado, Virginia es rica, ya lo sabes, lo paga todo ella- se excusó.
-¿Y a ti te parece bien eso?- le regañó su madre.
-No, ya sabes que no me gusta vivir por encima de mis...de nuestras posibilidades- se corrigió- Pero me suplicó que fuera con ella, que era su única salida, y el vuelo sale en tres horas...No pude decirle que no- les dijo.
-¿En tres horas? - le preguntó su padre.
-Cariño es muy precipitado...- le dijo su madre.
-Pero ella ya lo ha arreglado todo esta mañana, y yo le he dicho que sí- levantó las manos en defensa.
-¿Sin nuestro consentimiento?- le recriminó su madre.
-Mamá ya tengo cierta edad para tomar mis decisiones- elevó la voz, por primera vez en todos los años de conciencia y convivencia en esa casa.
-¡No le hables así a tu madre!- le reprendió su padre.
-Papá pero es verdad, Virginia me lo ha pedido, no hicieron seguro de cancelación y de todas formas ya está pagado. Virginia ha aceptado asumir el gasto de la parte de su amiga porque ella quiere ir, y yo soy su amiga de siempre, de toda la vida...Su única posibilidad. Se quedará si no sin ir- dijo- Además que yo quiero ir y punto. Ya he llegado con ella al acuerdo de que le pagaré en clases de matemáticas para el curso que viene- les mintió.
-¿Clases de matemáticas?- su madre sacudió la cabeza.
-Pero qué más os dará. Voy y punto. No os estaba pidiendo permiso, estaba informándoos que tomaré un autobús para el pueblo cuando llegue de París en una semana- les dijo.
-Ya, ya veo hija...- le dijo su padre- ¿Sabes? Tal vez tienes razón, necesitas esas vacaciones, estás algo estresada con todo el año duro de estudio. A veces nos olvidamos de todo lo que te esfuerzas. Te lo mereces, hija, y si a tu amiga no le importa y luego se lo pagas en clases de matemáticas pues adelante, disfrútalo- le apoyó su padre- Luego vas al pueblo y tan tranquilos todos. Que además no has salido de España nunca, es toda una oportunidad para que practiques tu francés- Daniella asintió aliviada.
-¿Pero qué le decimos a Manolito?- Daniella puso los ojos en blanco. Una punzada de dolor le sobrevino al recordar a Manolo, su novio.
-Pues eso mamá, que me he ido a París y que volveré para verlo- le dijo.
-¡Qué disgusto se va a llevar! Si el muchacho sólo vive para el verano y verte- le dijo llevándose la mano a la mejilla.
-No exageres mamá- y se levantó.
-¿Y ahora adónde vas?- le preguntó.
-Tengo una maleta que hacer mamá. Mi avión sale dentro de tres horas, ¿recuerdas?- y se fue a su habitación tras cepillarse los dientes.
Se cambió de ropa y cogió la maleta a medio hacer que tenía para el pueblo. La terminó de empacar y en ella dejó el sobre con el diagnóstico y el e-mail de Virginia impreso, la lista. Buscó su pasaporte y sus documentos, metió todos sus ahorros y una cámara de fotos que sus amigas le habían regalado en su cumpleaños.
Ya estaba todo, ahora tenía que irse y mostrar naturalidad e ilusión por viajar a Francia durante unos días.
-¿No necesitas nada, hija?- le preguntó su madre.
-No, mamá, ya he metido todo- le respondió cogiendo una cazadora vaquera del perchero.
-¿Llevas las gafas de sol? ¿Llevas cosas de aseo, hija?- ella asintió.
-Espera, Daniella- le dijo su padre que sacó de su cartera doscientos euros, todo lo que llevaba encima- Es poco, lo sé, pero es lo que tengo en la cartera, hija. Traenos algo bonito de allí- le dijo abrazándola.
-Papá tengo mi dinero y no hace falta que...- su madre le hizo callar con la mirada.
-Tu padre te los da muy gustoso, anda no le hagas el feo- le dijo.
-Está bien- y se lo agradeció besándole en la mejilla.
-Te vas directa al pueblo, ¿eh?- le insistió su madre.
-Que sí, mamá- le aseguró Daniella sabiendo que mentía.
-Bueno, tú ven cuando sea pero llega- le dijo.
-Está bien- les aseguró.
-Y si ocurre algo, hija, llama al móvil de tu padre ¿Está bien?- Daniella asintió sintiendo que tenía que escapar de allí cuanto antes.
-Por supuesto, mamá- y luego besó a sus hermanos, abrazó a su madre y se fue a la parada de autobús.
Tras varios trasbordos y el traqueteo del metro, al final llegó a la urbanización de Virginia. Caminó hasta donde recordaba que era la casa y llamó al telefonillo.
-¿Quién es?- preguntó una voz de mujer.
-Soy, soy una amiga de Virginia- dijo claramente. La puerta del jardín se abrió.
Entró y llamó a la puerta principal donde la señora de servicio le abrió y le invitó a pasar.
-¿Está Virginia en casa, verdad?- ella asintió.
-Sí, pasa, pasa- Daniella pasó con su maleta sobre su hombro, que era más bien una bolsa de deporte grande donde siempre le entraba todo. No vio necesidad de traer una maleta más espaciosa, porque a diferencia del pueblo, iba a estar pocos días.
-Hola- saludó Daniella al ver al abuelo de Virginia de pie mirándola, con las gafas colgando de su cuello.
-¿Tú otra vez aquí? Esto se me va a hacer una grata costumbre- le sonrió y le extendió la mano- Mi nieta ayer fue algo grosera y no voy a ser siempre el "abuelo" de tu amiga- le dijo- Soy Adolfo- y Daniella le estrechó la mano sonriendo.
-Encantada, yo soy Daniella- se presentó, aunque estaba segura que él ya sabía su nombre.
-¡Abuelo, abuelo!- se oyó la voz de Virginia que galopaba a trote por las escaleras bajándolas con terrible estrépito. Adolfo se volvió.
-Vas a caerte un día como bajes siempre en esa carrera- le regañó.
-¿Qué haces aquí?- dijo Virginia extrañada al ver a su amiga. Llevaba una camiseta de Minnie Mouse vieja y unos shorts negros.
-Hola- saludó tímidamente Daniella.
-¿Es que no la esperabas?- preguntó Adolfo mirando a Daniella.
-¿No te iba a buscar a tu casa el chófer?- le dijo- Pero si hace escasa hora y media que te he dejado en tu casa...- le dijo Virginia acercándose hasta ellos.
-Ya, ya lo sé pero...- Virginia entendió qué pasaba.
-¡Es verdad! ¿Dónde tengo la cabeza?- sacudió la cabeza- El mensaje de móvil que te mandé- puso los ojos en blanco- Seré idiota, ni me acordé que te pedí que vinieras antes- le dijo y le guiñó un ojo a Daniella.
-Claro, ¿Dónde tienes la cabeza?- fingió regañarla.
-Ay madre, Virginia, qué vamos a hacer contigo, angelito- dijo Adolfo desapareciendo en dirección a su despacho, dejándolas solas.
-Gracias... es que...- Virginia la cogió del brazo y ambas subieron las escaleras.
-No hace falta que des excusas, querías venir antes y ya está. Tranquila, no pasa nada, así me ayudas a arreglarme. ¿Traes tu vestido en esa bolsa?- llegaron a la habitación de Virginia- Porque te va a encantar el mío- le sonrió.
-¿Vestido?- Virginia cerró la puerta y apagó la minicadena que sonaba a medio volúmen.
-Vale, yo también he hecho algo de trampas. He escogido un conjunto de Polo, de bermudas rectas de lino blanco y camisa a juego, con un hermoso cinturón de piel de Carolina Herrera- le dijo- Después me pondré estas preciosidades- y le enseñó unas sandalias blancas- A juego con el bolso, cómo no- le confesó- Y he decidido dejarme el pelo suelto- siguió parloteando- Mira que monada de camisa, bueno es más una blusa, pero no tiene mangas, así que llevaré una chaquetita encima de los hombros para el aire acondicionado del restaurante. Aunque esta noche hará un bochorno horroroso, por lo que he visto en el telediario- comentó en esa manía suya de disparar ideas al aire camino entre el pensamiento y la conversación.
-Ya, bueno, es una preciosidad de conjunto- le confesó.
-Comprado para la ocasión- le aclaró. Daniella dejó la bolsa en el suelo- Bueno, a ver ese conjunto- le dijo.
-La verdad es que había traído mi ropa normal y corriente... Pensaba ponerme una falda y no sé una camiseta y mis sandalias negras...- le dijo.
-¡Daniella!- le regañó Virginia-Vamos a un restaurante exclusivo, no podemos ir en cualquier facha...- le dijo.
-Ya, bueno pero Virginia ya sabes que yo...- Virginia lo entendió y sacudió la cabeza.
-Pues habrá que ponerle remedio, nos vamos de compras- sentenció.
-Vir, yo no puedo ir de Polo y Carolina Herrera y todas esas marcas que llevais vosotras- le dijo recordándoselo.
-Mira, Dani, esto no es lo de antes, no se trata de que te superes y mantengas tu dignidad, ¿vale? Se trata de que me estoy gastando la herencia de mi madre en esta lista, en la mejor manera que tendría de hacerlo antes de que ambas muramos como lo hemos prometido. Si esto funciona así, entonces lo hará con todas las consecuencias. Yo le pongo la sal, tú ponle la pimienta- le sonrió- Quiero decir, ¿Para qué está el dinero? Para esto, pequeña, para que tú y yo, el mucho o poco tiempo que te quede, nos quede, lo disfrutemos. Deja que te consienta, ¿sí?- Daniella no sabía qué decir- Vayámonos de compras a Plaza Norte y disfrutemos como locas de la buena vida, de la vida...- le sugirió.
-Es que no puedo evitar sentirme culpable y oportunista- Virginia rió con fuerza.
-Por favor, Dani, no seas ridícula, ahorra ese dinero para la cena. Porque pagarás la cuenta, sabes que lo harás- le desafió.
-Aún eso no se sabe- le retó.
-Vamos, haz el favor de reconocer que en esto no tienes nada que hacer, esta vez no se trata de saltar de un puente o hacerse un tatuaje. Estamos en otro nivel- y Daniella rió sintiéndose más cómoda con la idea.
-Está bien, un modelo, sólo uno...- le advirtió.
-Y lo que caiga, pequeña. El mundo es nuestro- le dijo quitándose la camiseta de Minnie Mouse y metiéndose en su ropero.
Una hora después estaban en Plaza Norte, en ese enorme centro comercial de San Sebastián de los Reyes. Daniella siguió por todo el complejo a Virginia. Parecía interminable con su bóveda de cristal, sus escaleras mecánicas, sus escaparates de tiendas de marca y tiendas normales. Había un Fnac y cafeterías. Todo cabía en esa superficia comercial.
Al final se decidieron por un vestido color negro de Burberry, con unas sandalias estilo romano Mustang. Le compró una chaqueta Lacoste blanca. El conjunto era clásico, pero era formal y estiloso para el lugar donde iban a ir.
Virginia aprovechó para comprarse unos vaqueros en Levis y le regaló una camiseta de Calvin Klein a Daniella.
Se marcharon de allí en el escarabajo Volswagen verde de Virginia.
Como quien no quiere la cosa se les echó la tarde encima y a las ocho estaban las dos dando los últimos retoques a sus mejillas algo bronceadas por el soleado tiempo de Junio que habían disfrutado en la capital.
Daniella había disfrutado cada segundo de esa tarde. Se sentía otra persona, había roto con su rutina, y eso le hacía olvidar, le hacía vivir. Escapaba, pero lo hacía del ahogo y de la depresión. Ella no lo sabía, pero con cada sonrisa le ganaba un pulso a su enfermedad. Aquella actitud positiva, lejos de empeorarle le hacía durar unos segundos más, fuera cuando fuese su final.
Se había dejado alisarse el cabello por Virginia, que insistió en rematar su melena con unos productos que fortalecían el cabello y lo hacían parecer más sedoso. Además dejó que le prestase un poco de su perfume, del que usaba sólo para algunas ocasiones, y ambas se entretuvieron en dar sombras de color a los párpados de sus ojos en lo que Virginia, que siempre parecía tan descuidada y espontánea, definía como "Look de verano", pocas sombras de maquillaje, claras todas, con rimel y un poco de carmín en los labios. Importaba parecer sencilla pero arreglada, natural y cálida, como la noche que nacía tras el atardecer de aquella tarde.
Ambas dieron su aprobado y se sacaron una foto antes de salir ellas mismas, sonriendo, Virginia insistía mucho en ese aspecto, quería recopilar los momentos importantes de la lista, atraparlos en fotografías. Para ella era esencial, pues después harían un book y es lo que quedaría de la lista...Fotografías que contaran lo que ellas no podrían contar.
Se fueron de allí y el chófer les dejó en el centro de Madrid, en aquel restaurante exclusivo donde tenían hecha la reserva. Estaban emocionadas y Virginia llevó la delantera. La reserva estaba a su nombre y llegaron puntuales a la cita.
El camarero les tomó el nombre y las condujo hasta una mesa para dos, en el centro del restaurante, que claramente era para gente de alto poder adquisitivo. Daniella se sintió en un principio fuera de lugar, pero después entendió porqué Virginia insistió en comprarle aquel vestido, pues con sus conjuntos hubiera llamado la atención. Bajo su máscara se sintió una más.
Había matrimonios cenando, y empresarios trajeados entorno a mesas redondas. Sonaba la melodía de un piano y un violín en vivo, y todo era un cuchicheo calmado, con el retintín de la vajilla, el arrastrar suave de las sillas, y el jaleo lejano de la cocina.
Se agradecía el aire acondicionado, la noche había salido pesada y calurosa.
-Por favor- le dijo el camarero ya mayor a Virginia, ofreciéndole la silla y empujándola una vez Virginia se sentó. Virginia le sonrió.
-Gracias- dijo con naturalidad. Daniella la miró, sabía comportarse perfectamente. Entonces se fijó en su brazo. Alarmada comprendió porqué había insistido tanto Virginia en el hecho de que era sin mangas. El tatuaje relucía con su nombre, hortera y llamativo, anticuado y fuera de lugar en el brazo de aquella muñequita pija y perfecta.
-La carta, señorita- le interrumpió el camarero en su observación, extendiéndole la carta.
-Muchas gracias- le dijo carraspeando y buscando la servilleta para extenderla en sus rodillas. El camarero se fue, dejándolas solas.
-¿Qué te pasa? Te has puesto algo roja- le advirtió Virginia.
-¡El tatuaje!- le susurró fuerte entredientes.
-¿Te flipa, eh?- le dijo, sonriendo y enarcando las cejas.
-¿A mí no se me ve, verdad?- y se miró el brazo comprobando que el vestido de manga corta se lo tapaba.
-No, tranquila- le dijo.
-Menos mal- suspiró aliviada.
-Bueno, antes de que mires la carta ¿Lo tienes claro no?- Daniella asintió nerviosa.
-Sí, sí, claro que sí...- le dijo.
-Está bien... Pues allá vamos- le dijo abriendo la carta.
-Espera, explícame concretamente porqué lo vamos a hacer- le dijo.
-Pues porque adoro esa película, ya sabes la de "Cuando Harry conoció a Sally". Es mítico el orgasmo que finge Meg Ryan. Yo siempre lo he envidiado.- le dijo.
-Ya, pero esto es real, la gente te va a mirar si finges un orgasmo así sin más- le explicó.
-Lo sé, pero así no tendré que pagar la cena- le guiñó un ojo con picardía y siguió leyendo la carta.
-No estés tan segura, puedo adelantarme y hacerlo yo- le desafió.
-De eso se trata, Dani. La tensión nos hará sufrir toda la comida hasta que una de las dos se atreva a hacerlo- cuchicheó.
-Pero mira quién está aquí- les interrumpió una voz varonil. Virginia levantó la vista y miró a su derecha.
-Hombre, Jesús- le dijo sonriendo y levantándose a saludar a uno de los amigos de su padre. Y al hacerlo se dio cuenta de que estaban todos menos el socio de su padre y él mismo.
-¡Virginia, querida, qué mayor! Mirad chicos con quién coincidimos, con la hija de Cristobal- y todos saludaron a Virginia- ¿Cenando con una amiga?- y miraron a Daniella que les saludó con un tímido hola.
-Sí, aquí estoy cenando tranquílamente- le respondió.
-Mira, si nos dan la mesa de al lado- le sonrió. Todos se fueron sentando y Virginia los saludó mientras se volvía a sentar.
-Vaya, los amigos de tu padre se sientan justo al lado... ¿Eso no compromete algo tus planes?- le picó Daniella que la miraba divertida.
-Shhh- le dijo cómicamente- Ni hablar del tema. Reza porque se vayan antes- le dijo poniendo los ojos en blanco de la exasperación. Aquello cambiaba sutilmente su táctica. Iba a ser realmente bochornoso fingir un orgasmo, pero no quería que Daniella se le adelantara. Era su punto en la lista, ella tenía que ganar esa apuesta. Era su sueño, siempre lo había querido hacer...
-Señoritas, la carta de vinos- les dijo el camarero.
-Oh, estupendo, muchas gracias- respondió Virginia cogiendo la carta. El camarero se fue.
-Todo es muy caro- cuchicheó Daniella.
-Obvio, Dani, de ahí el estímulo. Sino te dejarías ganar- le dijo.
-Crees que vas a ganar ¿eh? Pues el tal Jesús hecha de vez en cuando alguna mirada en esta dirección- le mintió.
-¿Nos está mirando?- Daniella asintió descaradamente.
-Eres la hija de su amigo, estás sola con una amiga, está claro que le has despertado su sentimiento paternal y protector- se burló.
-¿Te estás quedando conmigo, no? Lo estás haciendo para que me achante, pero eso no va a pasar. Yo fingiré ese orgasmo, seré yo- le advirtió y en ese instante decidió el vino que iban a tomar.
-Bueno, yo ya he decidido que comer, ¿y tú?- asintió.
-Camarero- le llamó con la mano, pues estaba de pie sin hacer nada, mirando a los comensales.
-¿Están listas las señoritas?- Virginia asintió y pidió por las dos qué comer. En ese momento se demoró en la elección del vino porque le llamó la atención uno blanco que no había visto y se puso meditativa.
Daniella lo malinterpretó y pensó que era entonces cuando iba a fingir el orgasmo, en medio de todas aquellas personas y se le iba a adelantar.
Entonces, sin previo aviso, sin siquiera un susurro introductorio comenzó la oleada de jadeos.
Virginia levantó la mirada, pasmada, de la carta. Puso sus ojos fijos en Daniella, que se agarraba al mantel y se mordía el labio inferior, con unos suspiros crecientes que poco a poco fueron creciendo en comprometidos
-¡Oh, sí! ¡Me viene!- y se tapaba la cara fingiendo contenerse, para después acabar desahogándose en un increíble jadeo de placer. Parecía tan real, pensó Virginia, atónita por lo que estaba sucediendo.
Virginia arrastró la silla imperceptiblemente hacia atrás de la impresión, y el camarero ligeramente agachado hacia Virginia, que observaba antes la carta y le iba a indicar algún vino, se puso recto y miró con ojos como platos la escena de aquella muchacha que acabó por levantarse ante la mirada curiosa de todos los de su alrededor, que habían oído claramente el oleaje de gemidos y jadeos excitantes.
-Tengo que ir al baño, si me disculpais- y Daniella caminó hacia el baño equivocándose de lugar. Un camarero que atendía una mesa le indicó con el brazo hacia donde ir. El cuchicheo normal se había silenciado.
Virginia dejó la carta encima del plato, más bien se le cayó con la impresión. Miró a los amigos de su padre que miraban con los ceños fruncidos y las bocas entreabiertas por la consternación en su dirección. Virginia sonrió tímidamente y el camarero carraspeó.
-Verá usted, todo esto tiene una explicación científica- le dijo elevando la voz inconscientemente, pues sabía que todo el mundo la escuchaba- ¿Ha oído hablar usted de los orgasmos espontáneos?- El camarero negó con la cabeza todavía impactado por el suceso- Es una enfermedad poco común, pero se dan por el consumo de algunos antidepresivos. A la pobre se le divorciaron los padres hace un mes y hoy es su cumpleaños- dijo gesticulando y hablando en alto para que los que estaban más cerca, que descaradamente la miraban, escucharan su mentira- Y el consumo de esos antidepresivos ha causado en ella estos orgasmos espontáneos. Ella no los puede controlar, le vienen, sin más, en los momentos menos oportunos, como ha podido ver- y se le escapó una sonrisita nerviosa.
-No hace falta que hable tan alto, ni necesito una explicación... Ha quedado claro- trató de disuadirle el camarero que empezaba a sentir bochornosa la situación.
-Es que me veo en la obligación de hacerlo, entienda usted que está ya en tratamiento, pero al igual que es incontrolable pues es inconsciente... ¿Me entiende?- El camarero se frotó las manos algo nervioso y asintió.
-Perfectamente, señorita. Si la muchacha no lo puede controlar, pues no puede hacerse nada...- salió del paso.
-Escuche, ahora estará metida en ese baño avergonzada, iré a verla y convencerla de que salga ¿No habrá problema en que sigamos cenando, verdad?- El camarero primero enarcó las cejas y luego se encogió de hombros para terminar negando con la cabeza.
-Por supuesto que no, me dice el vino y ordeno su cena, señorita- Virginia tragó saliva y asintió.
-El reserva que usted me recomiende- le dijo levantándose de su silla.
-Está bien, no se preocupe por nada...- le dijo anotando un vino.
-Gracias nuevamente. La pobre no quería ni salir a cenar el día de su cumpleaños... Le da mucha vergüenza... Y es normal- siguió diciendo, esta vez mirando a los amigos de su padre que fingieron recuperar la normalidad de sus conversaciones.
Virginia, sintiendo que todo estaba controlado, fue al baño y al irse todo volvió al cuchicheo anterior.
En el baño Daniella estaba frente a los lavabos, nerviosa y colorada.
-¡Pero estás loca!- le dijo Virginia entrando en el baño y comprobando que no había nadie en las puertas.
-Ya lo sé, es que pensé que cuando estabas pidiendo el vino lo ibas a hacer tú y... No quería quedarme atrás, quería por una vez destacar y ser espontánea y valiente como tú, ser natural y algo inconsciente- se defendió.
-Si eso está muy bien, pero ¡¿Al principio de la cena?! ¿Qué habíamos dicho de que los amigos de mi padre se fueran?- le dijo sujetándola por los hombros y zarandeándola- ¿Tú sabes el bochorno que me has hecho pasar?-
-¿Y el que he pasado yo?- y después de dos segundos mirándose se echaron a reír como locas.
-¡Tenías que haber visto la cara del camarero cuando le he dicho que sufres orgasmos espontáneos!- dijo Virginia todavía riéndose. Daniella paró de reírse y miró a Virginia.
-¿Orgasmos espontáneos, qué es eso?- preguntó incrédula.
-Madre mía, pero si salió en las noticias, ¿Es que nadie lo vio? Una chica sufrió hasta 100 orgasmos, todo porque había consumido unos antidepresivos que le causó eso. Los sufría hasta en el autobús... Una faena- le dijo.
-Te lo estás inventando- aseguró Daniella.
-Que no, que no. Te lo juro que eso existe. Les ocurre a las mujeres. No es muy común pero se han dado más casos- después sonrió y le dijo- Bienvenida al club- Daniella le atizó en el brazo.
-Payasa...- le dijo entre risas.
-Pues nada, me tocará pagar la cena ¿no?- Daniella se encogió de hombros.
-Si nos dejan seguir cenando- le respondió.
-Sí, claro que sí. Ahora todos estarán esperando a tu siguiente acceso de orgasmo... pero sí, podemos disfrutar de la velada.
-¡No pienso fingir otro orgasmo!- le aclaró alarmada.
-Por favor no. Ha sido lo suficientemente bochornoso e impactante... Un segundo y me partiría de la risa ahí mismo... No sería creíble- le dijo.
-La verdad es que tenías que haberte visto la cara, Vir, estabas completamente descolocada...- sonrió malevolamente sintiéndose mejor al haber cometido esa travesura.
-Pensé que jamás lo harías... que preferirías pagar a fingir un orgasmo, en serio. Esto ha sido nuevo- se apoyó en el lavabo de espaldas al espejo.
-La verdad es que me ha nacido... No quería quedar como una cobarde, tenía que ponerme por delante... Ya he hecho el ridículo esta mañana cuando me llamaste gallina...- Virginia le dio un suave codazo en el costado.
-Anda Meg Ryan vámonos a cenar, la gente está esperando que salgas- y rió entre dientes.
-Sí, salgamos de aquí. A lo hecho pecho- y salieron juntas en dirección a su mesa.

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