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martes, 12 de enero de 2010

Prólogo

Era un día nublado de principios de verano. La gente iba y venía por las calles pero ella apenas prestaba atención. Su mente estaba en blanco, sus pies caminaban autómatas por la calzada y sus ojos se inundaban en lágrimas invisibles.
Hace unos días que había acabado los exámenes de la universidad. Estaba estudiando arquitectura, el sueño de toda su vida, y debía esforzarse al máximo por conseguir las mejores notas o no obtendría la beca que permitía sufragar su carrera. Ahora todo carecía de sentido.
Después de exámenes se había encontrado mal. Pensó que quizá era por el sobresfuerzo que los exámenes le habían provocado, pero se equivocaba. Decidió ir a Urgencias y de allí le mandaron a distintos especialistas. Estuvo una semana en el hospital, explicando a distintos profesionales sus síntomas y sufriendo distintas pruebas con el fin de dictaminar una explicación a su malestar.
Se enjugó sus lágrimas y alzó un momento la vista, escapando del vacío de sus pensamientos, de la angustia que nacía en su pecho. Deslizó las yemas de su mano derecha por el sobre que encerraba el dictamen médico definitivo. Tan siquiera quería leerlo otra vez, no entendía una sola palabra escrita en ese papel. El Doctor Mejía le había explicado con exactitud su situación, con tan solo pronunciar unas palabras todo su futuro se había truncado, su manera de ver la vida se había distorsionado y ya no encontraba ni la fe que tanto caracterizaba en su manera de ser.
-Eres Daniella Martínez Carrasco ¿no es así? Veamos, Daniella. Tienes 23 años…-comenzó diciendo el Doctor mientras leía el informe que Daniella le facilitó y examinaba los resultados que le habían llegado del laboratorio.
Apenas recordaba las palabras exactas, ella solo estaba pendiente de un resultado, ansiosa, con el corazón en vilo, aturdida por la mordacidad de un presentimiento que se adhería a la boca de su estomago. Solo conseguía oír los latidos de su corazón galopando en sus tímpanos y entonces lo oyó, su sentencia final.
-Siento decirte, Daniella, que no hay cura. Es una enfermedad muy extraña, para serte claro, un muy bajo porcentaje de la sociedad mundial la padece y bueno, aquí en España no hay especialistas. Sin embargo podría facilitarte los datos de médicos en el extranjero que la tratan.- Daniella le miró atónita. No había cura, esas palabras resonaron en su cabeza, pesadamente.
-No hay cura. No entiendo.- dijo con voz entrecortada. Su rostro se tornó pálido y la respiración comenzó a faltarle.
-No quiero ser brusco pero, te estás muriendo. Quizá dispongas de unos meses de vida pero, te estás muriendo. Es absurdo negarlo o engañarte.- le dijo el Doctor. Aquella joven de cabellera morena y larga, ojos claros, mirada dulce y soñadora padecía una enfermedad terminal, sintió compasión de ella, frustración por no poder ayudarla.- Le diré a mi secretaria que te facilite los datos.- le dijo mientras escribía algo en un papel. La joven parecía no reaccionar.- ¿Quieres que llame a alguien?- le preguntó.
-No, no. No hace falta.- negó con la cabeza. Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se moría y no podía detenerlo. Era inverosímil, pensó, debía de haber una confusión.- Yo, me…- no pudo terminar la frase.
-¿Seguro que no quieres que llame a nadie?- insistió el Doctor, en unos momentos como ese la gente debía estar arropada por el cariño de los más allegados, y más ella, una joven que tendría unos meses más de vida a lo sumo.
-No.- dijo con rotundidad.- Debo irme, tengo compromisos.- se levantó torpemente de la silla y se dirigió hacia la puerta.
Necesitaba aire, necesitaba respirar, escapar de aquel maldito despacho y de la presencia de su verdugo.
-Está bien.- le contestó preocupado. Normalmente la gente reaccionaba de manera distinta pero aquella joven debía ser fuerte o debía estar demasiado confundida en esos momentos.- Necesitas tiempo para asimilarlo. Ven cuando quieras o llámame si necesitas algo o surge alguna complicación. Estoy aquí para lo que necesites.- se levantó y se dirigió hacia ella, rozándole cariñosamente el hombro. La joven le miró con una profunda tristeza en los ojos y asintió.- Buenos días, Daniella.- la joven se marchó sin apenas despedirse, con los resultados en la mano, consciente de su terrible destino.
Ahora, Daniella caminaba sin rumbo fijo por las calles, sin saber qué hacer o qué decir. Parecía estar en una pesadilla de la que ansiaba despertar pronto. Siempre había soñado con ser alguien, había calculado su vida al milímetro y había luchado por ello.
Su vida había transcurrido en la tranquilidad de un barrio humilde y obrero, con una familia unida y de valores. Era la hermana mayor de cinco vástagos, sus padres habían trabajado mucho para inscribirla en uno de los mejores colegios privados de la ciudad y ella les había compensado con excelentes resultados. Según sus planes, conseguiría ser la primera en su curso y su visión para la arquitectura le permitiría sacar a su familia de las dificultades económicas en las que vivía y podría vivir la vida que tanto ansiaba.
Desde muy pequeña conoció del hechizo de la riqueza. Sus compañeros de escuela provenían de las familias adineradas de la ciudad y sabía cómo funcionaba ese mundo. Con su carácter consiguió ganarse la confianza y el cariño de la gente, sin olvidar nunca sus orígenes ni avergonzarse por ello.
Desde el colegio estableció una sincera amistad con cinco compañeras, desde entonces eran inseparables.
Lucía, Alba, Clara, Cristina, Virginia y ella, juntas, como los tres mosqueteros, habían crecido, habían llorado, habían probado los regalos y las amarguras que la vida te da, juntas, siempre juntas.
El hecho de que Daniella proviniera de una familia humilde jamás pareció disgustar a sus amigas. Por el contrario, siempre habían sentido curiosidad y fascinación por su familia y por ella, Daniella era distinta a todas ellas, nunca se avergonzó de quien era ni había vivido por encima de sus posibilidades.
Cuando empezaron la carrera, Lucía, Alba, Cristina y Clara se fueron de la ciudad para seguir sus estudios, pero la relación entre las seis amigas no se enfrió. Aunque apenas se veían en verano y festivos, siempre conseguían la manera de mantener un intenso contacto entre ellas. Por lo que Virginia y ella se quedaron en la ciudad.
De las cinco, Virginia era con la que menos había tratado. Quizá porque sus personalidades eran las más dispares, quizá porque Virginia siempre parecía tener una excusa para no quedar con ellas, siempre parecía distraída con el mundo entero, preocupada tan solo por ella misma.
Virginia era una joven alocada, disfrutaba de la comodidad de su vida, su abuelo era un rico empresario y era hija única, siempre mimada y consentida. Cuando cumplió 18 años, sus padres decidieron desvelarle un gran secreto que pesaba en la familia: ellos no eran sus verdaderos padres. La joven no supo cómo afrontar tal noticia, el hecho de ser adoptada melló en su autoestima y renegó de todo lo que conocía. Comenzó a obsesionarse por su verdadero origen, su verdadera familia, para poder definir su verdadero yo. De lo poco que pudo averiguar, consiguió descubrir que sus padres eran inmigrantes de Suecia, escaparon de Estocolmo y encontraron un trabajo en el servicio de su familia. Desgraciadamente, sus padres murieron en un accidente de tráfico y el matrimonio decidió adoptar a la pequeña niña que tan solo contaba con semanas de vida, por aquel entonces. Cristóbal y Sofía, que es así cómo se llamaban los padres adoptivos de Virginia, volcaron todo su amor y dedicación en la crianza de la joven y jamás se arrepintieron de su decisión. Pero la desgracia asomó otra vez por la vida de Virginia, hace tres años a Sofía le detectaron un cáncer de garganta. Todo ocurrió muy rápido, desesperante, trágico. La madre entró en coma y murió dos años después. Virginia perdió toda esperanza sobre la vida y decidió esconder sus sentimientos y su corazón en un sitio oculto y lejano del dolor. Estuvo tres meses sumida en un mutismo ininterrumpible, apenas salía de casa o se relacionaba con nadie, solo se dedicó a su carrera y a estudiar sueco. Tan solo le quedaba la esperanza de reencontrarse con los suyos y poder empezar de cero con su familia auténtica, alejándose de los malos recuerdos.
Así era Virginia, recordó Daniella. Quizá ella era la indicada.
Buscó su teléfono móvil en su bolso de mano y marcó el número. La voz de Virginia le sorprendió, con su tono dulce y alegre.
-Hola, hola.- le saludó Virginia al otro lado del auricular. Le extrañó la llamada de su amiga.- ¿Qué pasa?
-Eh, hola. Nada, no pasa nada. ¿Qué tal?- le contestó Daniella de manera atropellada. Sentía ganas de llorar, de gritar al mundo entero, quería desahogar su rabia con alguien pero no quería, mejor dicho, no podía destrozar a su familia con tal noticia. No estaba preparada, no al menos ese día.
-Bien. Aquí ando en la piscina de mi casa ¿Y tú?- le preguntó con desinterés Virginia, mientras añadía un par de cubitos de hielo a su vaso de zumo de naranja, recién exprimido.
-En la calle.- dijo secamente. Guardaron silencio durante unos segundos, sin saber qué decirse.
-Oye ¿te pasa algo?- interrumpió Virginia el silencio, incómoda.
-No.- una lágrima deslizó por su mejilla y contuvo un sollozo.- ¿Puedes quedar esta tarde?- Virginia se extrañó, nunca habían quedado solas, siempre lo habían hecho con el resto de las chicas, pero asintió.- Vale, esta tarde a las cinco en el sitio de siempre.- y Daniella colgó el teléfono.
No estaba muy segura de qué quería hacer. El hecho de saber que apenas le quedaba tiempo de vida y tener una enfermedad terminal desconocida para la ciencia le asustaba. De pronto todo parecía carecer de sentido. Era la primera vez en su vida que no sabía qué dirección tomar. No tenía el coraje para enfrentarlo. Se dirigió a su casa, debía conseguir algo de fortaleza para poder disimular. No les diría nada, no podía. Lo que menos quería es ver a la gente llorar y tener que consolarles. No tendría la fuerza para ello. Por algún extraño motivo, su inconsciente aun guardaba una esperanza de que todo aquello fuera un error, un terrible error médico, que ella no se estuviera muriendo y no tuviera opciones de salvarse. ¿Por qué a ella? ¿Por qué justo en ese momento? Era joven y no había hecho nunca mal a nadie, ¿por qué entonces la suerte le deba la espalda de manera tan grotesca, se burlaba de ella y le castigaba así?
Comió en su habitación, excusándose con el resto de su familia por tener un “terrible dolor de cabeza”. No podía ni mirarles a la cara, jamás había sabido mentir. Miró con ansia el reloj y a las 4:45 se dirigió apresurada al lugar donde se habían citado, sin esperar nada de todo ello.
Virginia, Virginia, repitió una y otra vez el nombre de su amiga mientras la esperaba sentada en una mesa de la cafetería dónde siempre quedaban, desde que eran adolescentes. De todas sus amigas ¿por qué la había llamado a ella? Aun no sabía por qué. Lucía era quien siempre escuchaba a todas y quien daba mejores consejos, podría haberla llamado pero, no quería herirla a ella también, no podía. Puede que hubiera llamado a Virginia porque de todas las personas que tenía en su vida y con las que compartía algo de confianza, Virginia era con la que menos trato había tenido. Siempre tan superficial y tan extraña. Incluso la desgracia de su madre adoptiva la llevó en silencio, sin apoyarse en nadie. Quizá ello le había empujado a acudir a ella, Virginia no haría un drama de todo ello, al menos no tendría que consolarla, pensó.
Apareció diez minutos después, siempre con su aspecto tan radiante. Su cabellera era castaña, aún con resticios de mechones color rubio platino, de cuando decidió teñirse el pelo entero de ese color para parecer más sueca, ondulado, que contrastaba con el oscuro de sus pupilas. Era alta y de cuerpo atlético, siempre con una sonrisa traviesa en sus labios.
De todas sus amigas, ella era la que menos interés ponía a la moda, daba igual si llevaba un pantalón azul marino y lo combinaba con una chaqueta marrón y un niqui verde, a ella le quedaba bien, no le preocupaba las opiniones de los demás, así era Virginia.
-Ey, ¿llevas mucho esperando?- le preguntó mientras dejaba su mochila bandolera encima de la mesa. Daniella negó con la cabeza.- Bien, pensaba que había llegado tarde y sé que odias la impuntualidad. Lo siento.- y dejó escapar una carcajada.- ¿Has pedido ya?- Daniella volvió a negar con la cabeza.- Supongo que estabas esperándome, iré a pedir.- se desabrochó la chaqueta de color rojo que cubría su cuerpo y la dejó encima de su bolso.- Por dios, qué calor hace. Bueno, qué quieres, invito yo.- le guiñó un ojo. Daniella se encogió de hombros.- Sí, estás hoy muy habladora.- le miró extrañada. Daniella bajó la mirada y se sonrojó. No debió haber acudido a Virginia, fingiría que no le pasaba nada, había sido un error llamarla.- Te pediré lo de siempre, una Coca-cola ¿vale?- Daniella asintió aliviada y vio a su amiga caminar hacia la barra.
¿Qué pretendía? ¿Hacer como si fueran las mejores amigas del mundo y confesarle que iba a morir dentro de dos o tres meses como mucho? Era cruel, incluso para la propia Virginia. Desde lo de su madre, Virginia se había esforzado por disipar cualquier tragedia de su vida, no le perdonaría el ser la primera y única persona a la que le confiaría su secreto, su desgracia.
Virginia llegó con dos vasos de Coca-cola en la mano. Se acomodó en una silla y sorbió un poco de bebida.
-Qué sed traigo.- le sonrió pero Daniella no correspondió tal sonrisa.- ¿Qué te pasa? Me estás poniendo nerviosa.- Daniella guardó silencio.
Un grupo de niños entraron con sus madres gritando y riendo. Daniella se fijó en ellos, una punzada de dolor le golpeó en el pecho al ver tanta vida en ellos. Siempre había querido tener hijos, muchos, ser como su madre y profesarles un cariño extremo y educarles como sus padres lo hicieron con ella. Ahora sabía que jamás podría hacerlo. Contuvo las lágrimas y suspiró hondo. Virginia le miraba fijamente, comenzaba a impacientarse. Se mordió el labio inferior y estudió sus posibilidades. O le contaba a Virginia qué pasaba o se marchaba a casa y se lo contaba a alguien más. Estaba segura de no poder guardar más silencio, necesitaba desahogarse con alguien. Dudó un momento e hizo ademán de levantarse de la silla, quería salir corriendo de allí, debía hacerlo. Pero no pudo, miró a su amiga y no pudo.
-Verás Virginia, yo…- comenzó a decir. Tenía que ser valiente.- Yo no sé cómo decirte esto pero…- Virginia la interrumpió.
-Te pasa algo.- afirmó un tanto incómoda. No le gustaba escuchar los problemas de los demás, ni tan siquiera los de Daniella, la perfecta y cándida Daniella.- Te pasa algo y me has llamado. ¿Por qué?- le inquirió.
-¿Por qué?- se extrañó Daniella. Sí, Virginia siempre le sorprendía.- No sé, se supone que somos amigas.- se encogió de hombros.
-Ya pero…Ambas sabemos que cuando se tiene un problema se llama a Lucía, no se queda con Virginia. Recuerda, soy una negada para resolver problemas.- le dijo intentando escurrir el bulto.
-Bueno, es verdad.- le contestó ofendida por la sequedad de Virginia.- Pero eres la única que está en la ciudad y es un problema que no puedo contarlo por teléfono.- cogió el móvil y comenzó a juguetear con él nerviosa. Sería mejor que se marchase y llamara a Lucía. Sería lo mejor.
-Ah, bueno. Si es por eso.- Virginia miró a su amiga, debía ser grave el problema para que acudiera a ella. Daniella siempre había estado ahí, incluso cuando su madre murió. Se merecía una oportunidad, al menos fingiría escucharla e intentaría ayudarla en lo que pudiera.- Vale, dispara.- le dijo insegura.
-Disparo.- un nudo en la garganta le impidió seguir hablando. Cómo le dices a una persona que te estás muriendo pero no quieres que nadie lo sepa. Cómo le dices que no quieres morir en un hospital. Cómo le pides a una persona, nula para las emociones humanas, que te salve de esa situación y te aporte algo de fortaleza y comprensión.- Disparo.- volvió a repetir buscando las palabras indicadas. No podía. Pasaron dos minutos de reloj en silencio. Virginia esperando a su amiga, Daniella esperando un milagro.- Me estoy muriendo.
-¿Perdón?- Virginia le miró atónita, insegura de lo que acababa de oír.- ¿Qué has dicho?- y como si de un torbellino se tratara, las palabras fluyeron por los labios de Daniella y le confesó lo que tanto le quemaba en el alma.
-Hoy he ido al médico y me han diagnosticado una enfermedad incurable, terminal. Me ha dicho que quizá tenga dos o tres meses de vida, cinco si sigo un tratamiento en el extranjero ya que aquí, en España, no hay especialistas. No puedo costearme el tratamiento, sabes que mi familia no tiene dinero. No quiero morir en un hospital, creo que tú eres la más indicada para entenderme, nunca quisiste esa muerte para tu madre. Tampoco se lo quiero decir a nadie, no quiero la compasión de los demás, no la soportaría, no al menos de momento. Aun estoy digiriendo que voy a morirme dentro de meses y…- Virginia la interrumpió confundida.
-Alto, alto. Más despacio. No puedes escupirme tanta información en un momento.- ¿se moría? ¿Estaba confesándole que se moría?- No sé qué decirte yo…- aquello le pilló de improvisto.- ¿Soy la primera persona a la que se lo dices?- Daniella asintió y las lágrimas se desataron de su alma y cayeron en cascada por sus mejillas. Ya no podía contener más tanto dolor y rabia.- ¿Por qué?- gritó Virginia- ¿Por qué de todas las personas que tienes en tu vida me lo cuentas a mí, y la primera?- Daniella se quedó paralizada.
-¿Eso es lo que te importa? Que te lo cuente a ti, no que me esté muriendo.- Virginia no supo qué responder.- Eres una egoísta. Me estoy muriendo. Me has oído. Muriendo.- le gritó histérica. Cuanto más alto lo decía, más dolor sentía, la verdad era una carga que pesaba cada vez más.
-No me malinterpretes, Dani. Yo es que…Sabes que soy una atrofiada sentimental, nula para estos rollos y desgracias, soy una insensible. Desde lo de mi madre…- calló, por miedo a seguir estropeándolo. Miró a su amiga, no podía ser cierto. Parecía tan saludable.- ¿Es cierto? ¿De verdad está pasando esto?- Daniella asintió, hundiendo su cara en sus manos.- Hablaré con mi abuelo, podrá costearte el tratamiento, no te preocupes.- Daniella le fulminó con la mirada.
-No te he llamado para que tu abuelo me de su limosna, Virginia.- sentía ira y la estaba pagando con su amiga.- No necesito su compasión, ni la tuya.- gritó.
-Vale, si no quieres mi ayuda. ¿Por qué me has llamado?- le preguntó confundida. No sabía cómo ayudarle.
-No lo sé. No lo sé.- y se aclaró la garganta con un largo trago de Coca-cola.- No lo sé, Virginia.
-¿Y qué vas a hacer? Si no quieres tratamiento… En serio, mi abuelo lo hará encantado. Ojalá pudiera haber mantenido a mi madre más tiempo a mi lado…- la voz se le quebró, pero ocultó su tristeza, no podía dejar que Daniella la viera triste, necesitaba verla fuerte y optimista.
-Lo sé, y por eso mismo te pido por favor que no le digas nada a nadie nada, ni hagas nada. No quiero el tratamiento. Si supiera que hay una posibilidad de salvarme, lo haría, pero no la hay.- afirmó.
-Pero ¿por qué estás tan segura? La medicina no es una ciencia exacta.- Daniella apartó la mirada de su amiga, fijándose en el grupo de niños que devoraban un paquete de patatas fritas entre risas y bromas.- Además, tú misma has dicho que la enfermedad es muy poco conocida, no sabes si puedes ser la excepción.- daba golpes a ciegas, no sabía cómo consolarla ni qué hacer. Aun no se creía que su amiga pudiera estar enferma.
- Es terminal, Virginia. Voy a morirme antes de que acabe el año.- Virginia le cogió de la mano instintivamente y la apretó con fuerza.- Eso no va a cambiar, voy a morir. Pero sí puedo cambiar mi manera de hacerlo.- Virginia le miró extrañada.
-¿Qué quieres decir?- vio un brillo extraño en la mirada de Daniella, algo tramaba.
-Voy a suicidarme, llegado el momento. No sé, fingiré hasta que no pueda más, es lo menos doloroso y traumático para todos.- de pronto sintió que empezaba a tener las cosas más claras.- Sí, eso haré.- exclamó con seguridad.
-¿Suicidarte? ¿Ese es tu brillante plan? No decírselo a nadie y ¡Zas! Matarte.- estalló en carcajadas, sin comprender a su amiga.- Sí, lo menos doloroso y traumático, pero para ti, Dani, no te engañes.- le soltó la mano y agarró su vaso de Coca-cola con fuerza. Sentía ganas de llorar.- Todos nosotros afrontaremos tu muerte, eso no cambia. Pero creo que al menos deberían tener la oportunidad de saber lo que pasa, tu familia y el resto de tus amigas deberían de saberlo.- le intentó disuadir de tamaño disparate.
-No. Está decidido. Eso es lo que quiero.- Virginia negaba con la cabeza insistentemente.- Tómatelo como mi última voluntad, un testamento en vida, yo que sé. Debes respetarme.- hablando con Virginia se sentía con esperanzas, la adrenalina le recorría las venas y no pensaba con claridad, pero estaba segura de querer hacerlo.- No puedes negarme ese derecho, cómo morir. Tu madre seguro que hubiera querido morir de otra manera.- aquel fue un golpe bajo para Virginia. Suspiró hondo y accedió.
-Está bien, como tú quieras, no soy de las que disuade de ideas, y menos a ti. Si quieres hacerlo pues adelante.- le miró por largo rato. Sabía que Daniella estaba perdida en la confusión de semejante noticia, dolida por su realidad, aturdida por la sorpresa de su desgracia y enfermedad.- Cuenta conmigo.- dijo de pronto. Daniella le miró extrañada.- Cuenta conmigo. Veamos.- jugueteó un poco con su vaso de Coca-cola, aclarando las ideas, un nuevo pensamiento revoloteaba por su cabeza.- ¿Has visto esa película de Morgan Freeman y Jack Nicolson?- Daniella se encogió de hombros intentando adivinar a dónde quería llegar.- Sí, esa en la que son dos hombres que están en un hospital y realizan una maldita lista de todo lo que quieren hacer antes de morir, y lo hacen.- Daniella pensó un momento y asintió.- Vale, elabora una lista con seis cosas que te encantaría hacer, no tenemos mucho tiempo para cumplirlas.- se levantó de la silla y se puso la chaqueta roja encima, un escalofrío hizo temblar su cuerpo.
-No entiendo.- dijo Daniella, en sus labios se dibujó el amago de una sonrisa. Aquello parecía estúpido pero sonaba bien.- ¿Una lista de qué?
-Dani, en serio, parece mentira que seas la más inteligente de todas nosotras. Una lista, de tus deseos antes de morir. Por ejemplo.- le contestó mientras sacaba de su monedero un billete de diez euros.- Yo siempre quise enrollarme con el profe de lengua, el de 1º de la ESO. Si estuviéramos en 2º de la ESO un deseo sería liarme con él. Ahora no porque se ha quedado calvo, le ha salido barriga etc.…Pero hubiera sido un gran sueño que cumplir si hubiera sabido que iba a morirme.- Daniella enarcó una ceja.- Tu piensas seis deseos, yo otros seis y este verano los cumplimos.- dijo con sorprendente simplicidad- Aunque la gracia de esto es que las dos tendremos que cumplir los sueños de la otra.- rió traviesa.
- O sea que si tu desearas aun liarte con el profe de lengua ¿yo tendría que hacerlo también?- Virginia asintió, dando unas efusivas palmadas en el brazo de su amiga.
-Ya verás que divertido. Vamos a pasar el mejor verano de nuestras vidas.- se calló un momento y miró con seriedad a su amiga.- Porque aun quieres guardar silencio y todo eso que me has contado de tu enfermedad, ¿no, Dani?
-Sí, no quiero que nadie lo sepa, solo tú.- susurró con pesar.
-Pues entonces no podrá venir nadie, no sabes mentir, pero tampoco vas a privarte de no cumplir tus sueños, ni yo los míos, obvio.- aquel disparate parecía la mejor y más cuerda idea que jamás se le había ocurrido. Si Daniella había acudido a ella, no le decepcionaría.- Ten, paga cuando termines, tengo que marcharme. Tú piensa bien en los cinco deseos y me lo escribes en un mail, ya te mandaré los míos. No hay tiempo que perder.- y se colgó al hombro su mochila bandolera.
-Pero ¿no eran seis?- le preguntó extrañada.
-Mándame tu lista, cinco. Esta noche sin más faltar.- y se despidió.
Por la noche, Daniella apenas probó bocado de la cena, no tenía apetito. Se refugió en su habitación y estuvo hablando con sus amigas. De pronto, se acordó de la conversación con Virginia, parecía tan absurdo lo que le había pedido.
Una hora más tarde había elaborado una lista de sus cinco cosas para hacer antes de morir. Si lo hacía o no, importaba poco. Nada iba a salvarle de su inminente y desolador destino. Quizá mañana vería mejor las cosas, llamaría al Doctor y preguntaría por los tratamientos y se informaría mejor, y aquella ridícula lista quedaría en el olvido, pero necesitaba ocupar su mente en otra cosa que no fuera su dichosa enfermedad.
Todo había ocurrido tan rápido que apenas había podido pensar en ello con algo más de tranquilidad y frialdad. Sin embargo, ahí estaba, escribiéndole a Virginia un estúpido mail sobre sus sueños, sobre esperanzas, sobre vivir algo, cuando en realidad ella ya estaba muerta, estaba sentenciada, no podría ya vivir sabiendo que las agujas del reloj de su vida se habían detenido y ahora solo le esperaba una cuenta atrás.
Pinchó en la etiqueta “enviar” y tras releer su mensaje electrónico rió. Sola, a oscuras, en silencio, sentada frente al escritorio de su habitación, combatía sus lágrimas con aquella risa nerviosa y fantaseaba con la idea de cumplir esos sueños.
No sabía a dónde le deparaba aquella ilusión pero qué perdía. No perdía nada, ya no había nada que perder, lo más valioso que poseía, la vida, ya estaba acabada, era cuestión de meses.
Tardó en conciliar el sueño, pero el cansancio le venció y solo pudo soñar en su mundo onírico con una sola cosa: La lista.

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